Estambul, a caballo entre dos ciudades, es punto de encuentro entre Oriente y Occidente. Su estratégica situación en el estrecho del Bósforo, bañada por el Cuerno de Oro y el Mármara, ha marcado su historia y también su fisonomía y su carácter: mitad europea, mitad asiática; a veces serena y azul como el agua del mar de Mármara, otras veces roja y pasional como sus puestas de sol, y muchas otras tan gris como su asfalto y su cielo en pleno invierno.
Es ciudad de larga historia, y a cada paso salen al encuentro los testimonios de su esplendoroso pasado: las ruinas de la antigua Bizancio, edificios, torres y callejas medievales, cientos de mezquitas, los palacios de los sultanes otomanos, los bazares... Se necesitan los cinco sentidos para asimilar su grandeza y majestuosidad. Los contrastes son abismales y pueden hacer que se pase del encantamiento a la desilusión en un breve tiempo. Cada barrio es un mundo, y moverse entre ellos es como viajar entre ciudades distintas. En algunos el ambiente es el propio de cualquiera de las grandes urbes vanguardistas europeas; otros, sin embargo, parecen haberse quedado atrapados en el tiempo. Hoy, la architurística Estambul es una de las bazas con que cuenta Turquía para entrar a formar parte de la Unión Europea.